Seguimos con piezas de análisis acerca de medios digitales y nuevas propuestas; hoy nos centraremos en el magazín Jot Down, expresión inglesa que significa tomar
nota. Jot Down es un proyecto de amplio espectro en el que encontramos productos
muy variopintos bajo el paraguas de la manifestación cultural. Contemporary culture mag, así de redondo
y extranjero, muy del gusto moderno. Es curioso el asunto de la procedencia de
los nombres: los que prefieren arraigarse en el casticismo más retrógrado, escogen por contra conceptos de viejo cuño castellano: La Gaceta, La Razón. Hay que
andarse con cuidado hacia donde pone uno el ojo, de la misma manera que no es lo mismo llamar a
tu hija María de la Concepción que Jennifer.
Más que los
contenidos que ofrece de manera gratuita la web, pretendemos poner de relieve
algunos aspectos fundamentales del modelo de negocio de la revista digital. Y para
ello seguiremos los puntos clave desarrollados por la entrevista a los fundadores de Jot Down Magazine, del blog Periodismo sin bolsillos. Una charla breve a la vez que directa, que radiografía la
columna vertebral del proyecto digital, y su peculiar visión de un periodismo tan
a contracorriente como esperanzador. Empezamos.
Jot Down nace de
la vocación por los textos culturales de un grupo de amiguetes: «un día, durante el
aperitivo, nos pusimos a pensar en la
revista que nos gustaría comprar y decidimos que sería una bonita aventura
editarla nosotros mismos. Teníamos
muchas ilusiones y ninguna certeza».
Al partir de la ilusión, quizá se tenga una mayor osadía en dirigir el
proyecto, porque se parte de lo que realmente se quiere, y si eso está claro no aparecen las trampas de lo convencional, los tópicos manidos: el sesgo de la crisis, temática aburrida y excusa sobada. No es que garantice el éxito, ni
mucho menos, ni tampoco hay una relación inevitable entre la ilusión,
la inexperiencia y la innovación que, además, funciona. Pero en este caso sí
que lo explica. Locos con suerte, dirán. Pues no.
En el origen del proyecto había la creencia de que en Internet
tenía que haber espacio para un periodismo
distinto, lento, profundo, atemporal, narrativo… Pero era eso, una
creencia, una intuición. Sabíamos que íbamos de cabeza contra todo lo que los
gurús decían que tenía que ser un medio en Internet, pero nos daba igual.
Decidimos probarlo porque, no lo olvidéis jamás, Dios odia a los cobardes.
Esa es la feliz diferencia:
artículos largos, tan largos que uno tiene que revisitar, o imprimir —ya saben,
viejas costumbres de emigrados digitales— porque la incursión (o escaqueo) en la navegación —para
la que se preparan los medios más convencionales— estaba prevista solo para unos
minutos en la portada de algunos noticiarios y páginas de entretenimiento. Titulares, gifs y vídeos. Vean el anuncio con motivo del análisis de los minutos por página en diferentes medios. ¡53! Un tiempo necesario para leer, pararse, releer,
dialogar con uno mismo, reflexionar, comentar con los demás, responder, y
aprender.
Un nuevo lector, menos distraído
pero no aburrido, que prefiere conocer y no consumir sobre aquello que
le mueve: la película que vio ayer, la frikada de turno de la tele, una reflexión sobre los desmanes políticos de siempre, o el retrato de un personaje histórico de tu equipo de fútbol. Por decir algunas temáticas. Todo lo que aporte algún
valor a las manifestaciones artísticas y humanas, desde la ciencia al arte. O también
nuevas miradas a la festiva cultura de masas con poca miga, por qué no. Es por la temática deportiva, sin embargo,
por el motivo que conocemos el magazín, además de su buen posicionamiento y difusión de los contenidos por las redes sociales.
Entre el blanco y negro
nostálgico, colores corporativos de la web; un ambiente idílico —mediterráneamente
feliz y sarcástico con los titulares—, la imagen de la marca radica en la
diferencia. En la diferencia de un proyecto que nace de la necesidad de ver una
revista que no estaba en el mercado. Esto es, firmar un manifiesto de
disconformidad con el estado de las cosas y dirigirse a esa minoría cómplice
que también espera algo diferente. Perdonarán la digresión: creen que un magazín
cultural de este tipo ¿es un proyecto que debe aspirar a abarcar el máximo
público posible, cambiando el arquetipo del lector medio y las convenciones del
periodismo digital? ¿O, por el contrario, es una web de rarezas, excéntricos y
demás especies en extinción, elitista y decididamente minoritario: como la
poesía, que solo la leen los poetas? La respuesta, como siempre, estará en los
grises que resuelven la facilona dicotomía.
Volvamos al hilo. Pasemos ahora
por las características estructurales del medio de comunicación. Una inversión
inicial baja —plantilla de wordpress, servidor y dominio—, una red de
colaboradores autónomos y una plantilla fija reducida son los
puntos fundamentales de Jot Down Magazine. En definitiva: pocos costes de
producción y difusión al tiempo que la financiación iba en aumento gracias a la
buena acogida de la página, que superó las 400.000 visitas en 2012, al
año de la creación del sitio web.
Siempre
decimos que Jot Down Magazine no tiene
ánimo de lucro, pero tampoco ánimo de luto. A día de hoy hemos conseguido
que sea sostenible. El porcentaje de ventas de nuestras ediciones en papel, las
segundas ediciones… nos ha sorprendido la fidelidad de los lectores, pero es
justamente sobre esta fidelidad
sobre lo que puede cimentarse la viabilidad del proyecto. Poco a poco vamos
encontrando nuevas vías de ingresos, empezamos a ser un buen soporte para la publicidad (siempre que ésta entienda
nuestras normas del juego).
La carencia del ánimo de lucro
nos lleva a la idea de un periodismo originario, al margen de las exigencias económicas
de unas empresas que aspiran al máximo beneficio posible. Quizá no tengamos que ganarnos la vida escribiendo; quizá solo sea
posible tener un periodismo que valga la pena fuera del mundo crematístico del capitalismo salvaje. El modelo de negocio tradicional está agotado, eso es de
dominio público, y la primera gran resaca del siglo xxi nos deja la credibilidad social del oficio por los
suelos —sí, así, generalizando un poco—, y el triste recuerdo de una vida digna
mientras el futuro es cada día más y más precario. No sería tampoco mala idea
que nos mantengan mientras vamos preparando la revolución. Nuestros lectores o
nuestra mujer, que el mundo ya está cambiando.
Al margen de la publicidad, «nuestro
modelo de negocio, paradójicamente, se
sostiene gracias al papel». ¿Y cómo es esto? En este medio hay un espíritu tradicional
que difunde de manera contemporánea contenidos culturales —es decir, partiendo
de lo digital e incurriendo también en lo transmedia: lo audiovisual— redirigiendo el papel en ediciones lujosas, o libros y otras cabeceras como Líbero, Panenka o Mongolia. El segmento de
mercado al que se dirige prefiere un tipo de producto a la antigua usanza, de
una que sacia la sed bibliófila. Pero no nos engañemos: ese segmento
que antepone la calidad queda alejado de las grandes audiencias. De momento.
La distribución de otras
cabeceras afines al proyecto suma y no resta en la búsqueda de un público de
referencia, pues fortalece un mismo
discurso periodístico en la variedad de casos complementarios. La colaboración, pues, sustituye a la
competencia, y la lucha por las audiencias pierde el sentido en un sector en el
que el reto principal no es tanto el número de clics, sino un trabajo común que aúna los recursos de aquellas revistas con más capacidad para llegar
finalmente, todos juntos y más y mejor, a un segmento de público
cada vez más identificado, ese nuevo lector:
Y
funciona. Y todos ganamos: estas cabeceras han tenido una nueva vía para llegar
a sus lectores (y a otros nuevos), las librerías, contenidos de calidad y
originales que jamás les hubieran llegado por los cauces convencionales y los
lectores, la oportunidad de conocer nuevos contenidos que quizá de otro modo no
hubiesen descubierto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario